La historia y el cuerpo del sujeto en el capitalismo 4


 

Hace más o menos un mes acudí a un grupo de estudio de clínica lacaniana en Sevilla. Allí analizamos aspectos de la clínica y el cuerpo con José Ángel Rodríguez Ribas, médico y psicoanalista, cuya erudición es fascinante.

En cierto momento comenzamos a hablar del discurso capitalista en relación a los síntomas actuales. José Ángel lanzó una frase a vuelapluma que no ha dejado de resonar en mi mente desde entonces.

Dijo: “el capital expropia al sujeto dos cosas: su cuerpo y su historia”.

Esta entrada es un intento de ordenar, colocar, una doble cuestión. En primer lugar, lo que esa frase removió en mí y, en segundo lugar, lo que creo entender de ella con los escasos conocimientos que poseo.

Lo primero que me llama la atención de la frase de José Ángel es el verbo que utiliza: “expropiar”. Buscando la definición que la RAE da a este verbo encuentro algo sorprendente:

Expropiar: Dicho de la administración: Privar a una persona de la titularidad de un bien o de un derecho, dándole a cambio una indemnización. Se efectúa por motivos de utilidad pública o interés social previstos en las leyes”.

Si el capitalismo expropia al sujeto de su cuerpo y de su historia, esto implica varias cosas. En primer lugar, el capitalismo priva a la persona de la titularidad de su cuerpo y de su historia a cambio de algo, una indemnización. Esa indemnización se otorga con dos cosas, dinero (salario) y objetos de disfrute (objetos de goce que producen un plus-de-gozar).

Es importante remarcar que el capitalismo priva al sujeto de la titularidad de su cuerpo y de su historia. Lo que significa que el sujeto ya no va a ser legalmente (según las leyes que más adelante trato de explicar) propietario de su cuerpo ni de su historia. El cuerpo y la historia del sujeto ya no le pertenecen a él. Puede tal vez hacer uso de ellos, pero será casi como un usufructo. Los usará, pero no los poseerá.

Es decir, que en el fondo el capitalismo considera el cuerpo y la historia del sujeto como bienes y su posesión, como un derecho. Un derecho que a partir de este discurso va a quedar expropiado. El derecho al cuerpo y a la historia del sujeto ya no existe. Esto implica una gran cantidad de cuestiones, pero no quiero entrar por ahí. Enumeraré simplemente dos grandes titulares: ascenso e importancia de la biopolítica y consideración del cuerpo y la historia como mercancías que pueden venderse.

En segundo lugar, esa expropiación del cuerpo y de la historia se hace en nombre de algo muy poderoso, la utilidad pública y el interés social. En nombre de lo que es útil públicamente y de lo que beneficia al interés social, el sujeto queda privado de su cuerpo y de su historia. La compensación que se le da por ello es un dinero y unos objetos a los que queda enganchado.

En tercer lugar, dicha expropiación queda prevista en las leyes. Aquí las leyes no hay que entenderlas como el corpus legislativo que regula el aparato estatal, sino que la expropiación del cuerpo y de la historia del sujeto es algo que queda previsto en las propias leyes del discurso capitalista. Leyes tácitas, no explicitadas, pero que dan cuerpo al discurso como tal. A su vez estas leyes tácitas influirán en la redacción de las leyes explícitas por parte del poder legislativo (véanse las reformas de las leyes que regulan las relaciones laborales, por ejemplo).

Me explico. Para Lacan los discursos tienen dos características fundamentales. Por un lado, tratan de regular el goce, la pulsión; es decir, definen de qué forma el sujeto manejará su goce consigo mismo y con sus semejantes. Por otro lado, los discursos establecen el lazo social, es decir, instituirán las formas en las que una persona se va a vincular a otra o a un grupo. Estas dos características fundamentales se basan en las leyes tácitas en las que los discursos se fundamentan. No son leyes que se redacten, son leyes que directamente se aplican, se actúan.

El caso del discurso capitalista es un poco especial, ya que su regulación del goce, de la pulsión, no es a través de una contención o una renuncia – como es el caso de otros discursos -, sino todo lo contrario: cada vez más. Ahí entran los objetos que produce la tecnociencia capitalista y a los que los sujetos quedan enganchados consumiendo más y más (tablets, móviles, ropa… Lacan los llamaba gadgets).

Además, el discurso capitalista es el único de entre todos los discursos que no produce lazo social. Al contrario, lo escinde, lo rompe, lo fragmenta. La relación desde el discurso capitalista ya no es con otra persona, sino con el objeto de consumo. De ahí que el discurso capitalista elimine el amor, puesto que para amar hace falta tener en cuenta al otro y renunciar a cierta parte del goce. Con el capitalismo, el otro queda sustituido por el objeto fabricado y el goce se pone en primer plano: antes la satisfacción de la pulsión que la relación con otra persona.

Por tanto, la expropiación del cuerpo y de la historia del sujeto por parte del capitalismo son previstas por las propias leyes del discurso como tal: 1) Sí a la satisfacción, cada vez más de forma imparable; 2) No al amor, la relación es con el objeto no con los otros.

Resumimos lo que implica el verbo “expropiar” que el capitalismo impone al cuerpo y a la historia del sujeto.

El capitalismo priva al sujeto de la titularidad de su cuerpo y de su historia en base a unas leyes que borran el amor y obligan a la satisfacción más con los objetos que con las personas. A cambio de esa privación, el discurso proporciona al sujeto objetos fabricados para que goce convirtiendo todo en mercancía (tecnología, pornografía, comida, educación, cuerpo, historia…), y también le proporciona un salario (cada vez más reducido) para que obtenga dichos objetos. Esa expropiación se hace en nombre de la utilidad pública y del interés social (en nombre de una ética utilitarista que confunde satisfacción con libertad). De ahí el carácter de discurso propio del capitalismo: imponer una forma a lo social, aunque dicha forma sea la voracidad sin límite.

La cuestión que más me impacta de la frase pronunciada por José Ángel es que lo que expropia el discurso capitalista es justo el corazón, el núcleo, la base que constituye al sujeto: cuerpo e historia.

Para Lacan, si el sujeto es algo, es un efecto del lenguaje. Es decir, es un vacío que trata de identificarse a ciertas palabras que le otorgan una identidad, aunque el sujeto no lo sepa (son inconscientes). Esas palabras son su historia y esa historia está formada no sólo por las palabras que directamente experimentó, sino por todas aquellas que pesaron en la historia de los que le amaron y de la cultura a la que pertenece: secretos y deudas familiares, lealtades grupales, cicatrices culturales (guerras, odios, aspiraciones, ideales…)

Por lo tanto, no hay sujeto sin historia. Porque no hay sujeto sin palabras, y las palabras las deposita la historia, la del sujeto, la de su familia, la de su cultura.

Sin embargo, el capitalismo expropia la historia al sujeto. ¿Por qué? ¿Y cómo? La respuesta puede ser aparentemente simple: porque el capitalismo necesita sujetos vacíos con el fin de exprimirlos en una productividad desaforada. Para vaciarlos debe privarles de la historia que les constituye y les amarra. La respuesta al cómo también es aparentemente simple: expropia de la historia apelando al individualismo y al valor del self-made man, el hombre que se construye a sí mismo. Trato de razonar un poco esto.

El capitalismo encumbra a aquellas personas que llegan a lo más alto ellas solas (que en el caso del discurso capitalista consiste en acumular fortunas), partiendo desde cero. Son esas personas que se han hecho a sí mismas, como se dice. En nuestro país son los ejemplos de “emprendedores” tipo Amancio Ortega. Son los Bill Gates y los Steve Jobs, son los Rockefeller y los Carlos Slim. Estos ejemplos ilustran a los hombres y mujeres hechos a sí mismos y este sintagma (“hecho a sí mismo”) es ya la encarnación de la expropiación de la historia del sujeto.

En efecto, si un sujeto se hace a sí mismo, en primer lugar, puede elegir su historia, cambiarla, alterarla, desprenderse de ella o matizarla y, en segundo lugar, no necesita de los otros, puesto que se hace a sí mismo (aquí está la relación entre el rechazo al amor y la expropiación de la historia).

El discurso capitalista promueve el ideal de un sujeto que se hace a sí mismo y, que, por lo tanto, puede elegir en cualquier momento cambiar su historia o cambiar su identidad como el que se cambia de calzoncillos. De esta forma, el capitalismo introduce un corte entre el sujeto y su historia. La considera como un bien al que el sujeto renuncia (se lo expropia) en favor de la posibilidad de otra historia nueva.

Claro, el problema es que la historia no se deshace tan fácilmente. La expropiación de la historia no es sin precio para el sujeto. Ese precio obviamente va a ser el malestar y los síntomas. Así, nos encontramos a sujetos que no saben quiénes son, que están perdidos, desorientados, desarraigados y exiliados de sí mismos.

La expropiación de la historia por parte del capitalismo vacía al sujeto de su esencia. Lo desorienta y lo reconduce a producir y producir, engañándole con la idea de que en cualquier momento podrá variar su rumbo, de que es libre para realizarlo sólo con su voluntad y así hacerse a sí mismo.

El ejemplo lo tenemos en los discursitos que algunos sujetos pronuncian en consulta y, más visiblemente, en las redes sociales. Sujetos que no paran de exhibir un optimismo prefabricado e insustancial, con memes de autoayuda o frases que exaltan el esfuerzo y la posibilidad de dar un volantazo a la vida y a la propia historia en el momento en que uno quiera. Como si querer algo fuera condición suficiente y necesaria para obtener eso que se quiere. Y así también la culpa se la carga el sujeto: si no cambias tu historia, en el fondo es que no quieres. Te damos todas las posibilidades para hacerlo, pero no das el paso, así que la culpa es tuya. La otra cara de la expropiación de la historia: la culpa siempre es del sujeto, nunca del discurso, nunca del sistema. Terrible.

La expropiación de la historia del sujeto por parte del capitalismo produce sujetos vacíos y exiliados de sí; buscando hacerse a sí mismos, se extravían y desangran poco a poco la nada que son. Para tratar de suturar este trágico malestar el discurso capitalista ofrece objetos de goce al sujeto. Es decir, apela al cuerpo del sujeto y, al mismo tiempo, se lo expropia.

Al igual que no hay sujeto sin historia, tampoco hay sujeto sin cuerpo. Las palabras que la historia del sujeto (junto con la de su familia y la de su cultura) van posando en él, marcan su cuerpo.

El cuerpo para Lacan es la conjunción del lenguaje y el organismo, de la satisfacción de la pulsión y de las palabras en forma de ideales o deseos. El lenguaje que produce como efecto al sujeto se va a depositar en el cuerpo. El sujeto es su historia, sí, pero en cierto sentido también su cuerpo.

Ese cuerpo que el sujeto habita va a ser perfilado por las palabras, por el amor y el odio, por la ternura y las caricias, por las expectativas de lo que se espera de él y por los vaivenes del deseo. Es decir, el cuerpo del sujeto va a alojar al Otro, va a perfilarse con los otros, con todo lo que los otros más significativos le lanzan.

Si el cuerpo del sujeto tiene en cuenta al Otro, estará habitado por el deseo. El sujeto se convertirá en deseante y descubrirá el mundo, se abrirá hacia fuera y renunciará en gran parte al goce, a la satisfacción que le cierra sobre sí mismo.

El discurso capitalista va justo contra el deseo, va contra el movimiento que abre al sujeto al mundo y que le hace renunciar al goce.

Al imponerle objetos de consumo, está facilitando su aislamiento, pues estos objetos van dirigidos a una satisfacción inmediata y autista. Creer que uno se abre al mundo por estar en Facebook distorsiona lo que está en juego, a saber, que no está con el mundo sino con la pantalla, con el objeto. Al igual que los sujetos que gastan mucho tiempo masturbándose frente al ordenador fantaseando con pornografía. No están con otros, están consigo mismos.

Los objetos de consumo que el discurso capitalista produce para aliviar la expropiación de la historia del sujeto son justo los que van a expropiar el cuerpo del sujeto. Con los objetos el sujeto lo que hace es masturbarse de una forma más o menos elaborada.

Pero ¿por qué el capitalismo expropia el cuerpo al sujeto? Porque cualquier discurso, especialmente el capitalista, se encarna en los cuerpos de las personas que lo habitan. El discurso capitalista necesita cuerpos para que produzcan más y más, para alimentarse a sí mismo como discurso. Si se logra que los sujetos se encierren en la pura satisfacción corporal, entonces habrán renunciado a cualquier derecho sobre su cuerpo, puesto que tendrán que conseguir dinero para seguir manteniendo los objetos que les satisfacen de forma inmediata. Para conseguir dinero hay que trabajar y producir, es decir, hay que ceder el cuerpo al trabajo.

En otras palabras, el discurso capitalista priva al sujeto de su cuerpo usándolo contra él. Facilita su satisfacción pulsional inmediata y lo engancha a los objetos. Para seguir manteniendo esos objetos y esa satisfacción, el sujeto pondrá su cuerpo al servicio del trabajo precario y de la producción bestial que el discurso capitalista exige.

El sujeto renuncia a su cuerpo para quedarse sólo con una satisfacción que le va matando lentamente. En esa renuncia el discurso capitalista expropia el cuerpo al sujeto y le devuelve objetos de goce para que siga sin hacerse cargo de su cuerpo como tal, para que el sujeto sólo se haga cargo de su goce, no de su deseo.

Evidentemente, cuanto más consume el sujeto, más consumido resulta por la satisfacción a la que no renuncia, más se rompe el vínculo con los otros, más rechaza el amor, más se distancia de su historia y más autista se vuelve. No es gratuito que en salud mental se esté viendo un incremento de las publicaciones y los programas políticos relacionados con el autismo, puesto que el autismo es lo que el capitalismo consigue al expropiar al sujeto de su cuerpo y de su historia.

Lacan decía que el discurso capitalista estaba condenado a consumirse a sí mismo, lo cual es lógico ya que sólo devora, consume materias primas y se traga al planeta. El discurso capitalista está condenado a desaparecer, aunque sólo sea porque se consumirá a sí mismo, el problema es la de sujetos que quedaron, quedan y quedarán consumidos por él hasta que este discurso se extinga.

El problema es la cantidad de sujetos, cuerpos e historias que quedan expropiados, borrados, eliminados y desarraigados.

La frágil esperanza de nuevo vuelve a recaer en algo tan intangible como poderoso, vuelve a recaer en el deseo. El deseo, que necesita las palabras y la historia, que necesita el cuerpo y el amor, que necesita a los otros para salvar al sujeto de sí mismo.

 

Escrito por Jesús Rodríguez de Tembleque Olalla

Psicólogo clínico del equipo Ágalma


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