¿Conciencia de enfermedad? 7


 

barco de hilo

Decía Sigmund Freud que el yo era extranjero en su propia casa. Quería decir que de lo que somos conscientes – nuestro propio yo, nuestra conciencia – no gobierna nuestros actos ni nuestras acciones, que en realidad somos gobernados por otra cosa. A esa otra cosa que nos impulsa y que desconocemos Freud la llamó inconsciente.

Esa fue la revolución del psicoanálisis, pues al igual que Copérnico y Galileo habían expulsado al ser humano del centro del universo, al igual que Darwin había destronado al ser humano del centro de la creación en la naturaleza, Freud desterró al ser humano del único lugar que aún conservaba, su propia mente, su propia conciencia.

Ese fue el nacimiento de la psicología, pues hasta entonces nadie se había preocupado de verdad en indagar el sufrimiento de las personas desde su propia vida, desde su propia historia. Al investigar el sufrimiento desde esa óptica Freud encontró que había acciones, situaciones o vivencias que la persona repetía sin saber que lo hacía, era inconsciente de eso.

Esa fue también la tabla de salvación de la psiquiatría, ya que hasta ese momento no se tenía ninguna teoría válida de qué era lo que provocaba los síntomas de la locura o de la neurosis. Con el inconsciente se proporcionaba una explicación que se corroboraba en la clínica y en la terapia.

Desde que Freud descubrió el inconsciente, por tanto, la conciencia siempre resulta engañosa, ilusoria. Si soy gobernado no por lo que percibo con la conciencia sino por lo que está debajo de ella y la hace posible, entonces hay un engaño en la conciencia. Vivimos como en una casa de mil espejos, vemos los reflejos pero no sabemos qué imagen es la real, vemos el movimiento pero no a quien lo hace. Es por eso que hay que tener mucho cuidado con cualquier término que siga al sustantivo “conciencia”, ya que entonces una ilusión lo habita por ley: conciencia de la propia muerte, conciencia de estar vivo, conciencia de enfermedad.

candado

La salud mental en la actualidad da mucha importancia a que la persona diagnosticada de un trastorno mental, especialmente si este es grave, tome conciencia de su enfermedad. Que una persona tenga conciencia de enfermedad quiere decir, en pocas palabras, que asume padecer un trastorno mental y que, por tanto, acepta ser tratado psicoterapéuticamente y farmacológicamente para poder superarlo o, al menos, para no sufrir demasiado.

En el ámbito del sufrimiento mental tomar conciencia de enfermedad resulta muy difícil. No sólo por los prejuicios y el estigma asociados a determinados diagnósticos – cuestión que ya de por sí es muy dura, puesto que si a uno le definen como enfermo mental, los demás pueden creer que es violento o incontrolable, cuando no es así –, sino porque la conciencia engaña.

En ciertos estados mentales la conciencia propia nos dice que no estamos enfermos. Por ejemplo, sentirse pletórico en una fase maníaca, saberse la persona más especial del mundo en un delirio, son incompatibles con sentirse enfermo, ¿cómo una vitalidad tan desbordante, cómo una sensación de importancia tan grande puede ser un síntoma de sufrimiento o enfermedad? Pero incluso en estados de grave malestar, como en depresiones profundas o gran angustia por escuchar voces dolorosas, no concebimos la enfermedad. No estamos enfermos, ha de haber otra explicación, otro sentido, ya que tenemos muy asociado el concepto de enfermedad al de incapacidad, malestar o padecimiento absoluto y aunque estemos terriblemente angustiados, seguimos vivos, seguimos luchando. Incluso en el sufrimiento más real, la conciencia nos da otros caminos a seguir. Someterse a un tratamiento psicológico o psiquiátrico es muy difícil y antes se prefiere intentar otras alternativas. Es lo que los libros llaman “negación inicial”.

Por desgracia, en la mayoría de los casos, esa negación más que ayudar, perjudica, ya que si no se encuentra un sentido o una utilidad al sufrimiento que se padece, la angustia aumenta y los síntomas se vuelven insoportables. Es por ello que muchas veces lo que hace pasar de la negación inicial a empezar a tomar conciencia de enfermedad es el límite insoportable al que la persona llega, un límite que pone en peligro la relación con la pareja, con la familia o la propia vida. Sabiendo eso, los profesionales y los familiares trabajan mucho para que la persona pueda tomar conciencia de enfermedad antes de llegar a un límite tan terrible.

Sin embargo, junto a eso también hay que saber respetar el tiempo de la persona y facilitarle el tránsito, ayudarle a salir del engaño de la conciencia. Pues no es fácil abandonar lo que el cuerpo parece sentir, la realidad que cada uno se construye con eso, la función de equilibrio que se ha logrado aunque sea en el naufragio del sufrimiento mental. Pasar de una conciencia propia, sólo compartida por uno, en la que el concepto de enfermedad no tiene cabida a una conciencia compartida por la familia o los profesionales, donde el malestar está en primer plano, es complicado. De ahí la importancia en respetar el tiempo de la propia persona.

El camino es único para cada uno y más que forzar, se trata de acompañar. El tiempo es subjetivo y empujar hostigando a otra realidad que los familiares o los profesionales comparten puede provocar, en el mejor de los casos, una oposición beligerante o un abandono del tratamiento o de la relación; en el peor de los casos puede provocar situaciones de intensa angustia o de agravamiento sintomático.

Niña caminando

Para ayudar terapéuticamente a superar la negación inicial es muy importante hacerle saber a la persona que sus síntomas tienen un sentido, una lógica; que muchas veces uno padece delirios, alucinaciones o episodios maníacos porque no padecerlos significaría estar aún peor, que los síntomas que hacen sufrir también permiten un equilibrio para no acabar completamente desahuciado. Pero eso no quiere decir que haya que aceptar esos síntomas sin más, en el sentido de que como hay esos síntomas, hay enfermedad y, por tanto, la persona debe aceptar que está enferma. No, la enfermedad mental, si esta existe, no es una enfermedad al uso.

Por ello es fundamental no cuestionar de forma absoluta la realidad sintomática de la persona. Porque los síntomas, como el psicoanálisis descubrió, son en sí mismos tentativas de curación, son actos creativos que la propia persona ha elaborado (sin saberlo, de ahí la importancia del inconsciente) para no acabar aún peor. El problema es que, como todo acto de creación, los síntomas no son perfectos y no pueden solucionar toda la angustia, todo el malestar. Muchas veces además los síntomas se vuelven contra la persona que los creó, encarnando aquel dicho tan popular de que es peor el remedio que la enfermedad.

No obstante, la semilla de creación ya está sembrada en el síntoma. Se trata entonces de acceder a una conciencia de enfermedad que no ahogue esta creación, que la perfeccione y sepa sacar provecho de ella. Quiero explicar esto un poquito más.

reloj arena

La enfermedad mental no es una enfermedad física, para lo bueno y para lo malo. Para lo malo porque no hay un tratamiento rápido y efectivo y porque puede incapacitar personal y socialmente; pero también para lo bueno, porque de los síntomas de la enfermedad mental pueden salir cosas increíblemente bellas. La lista es muy larga, pongamos algunos ejemplos:

Georg Cantor, aquejado de lo que hoy se llamaría trastorno bipolar, estableció la teoría de conjuntos y fundó con ella la matemática moderna; Friedrich Nietzsche, diagnosticado de locura, revolucionó la filosofía y sus ideas aún siguen dejando huella; Serguéi Rajmáninov, sufrió de graves depresiones toda su vida y fue uno de los mejores compositores del siglo XX; Ezra Pound, etiquetado de loco, ha sido uno de los poetas más influyentes del siglo pasado; James Joyce, gracias a cuya locura reinventó la literatura moderna y del que se siguen escribiendo muchas tesis doctorales en la actualidad; Alan Turing, diagnosticado de síndrome de Asperger y padre de los ordenadores y la informática… y podríamos seguir.

Ellos y muchos otros (Isaac Newton, Jean Jacques Rousseau, Kurt Gödel…), al encontrarle un sentido o una utilidad a su padecimiento, han alcanzado cotas en el arte o en el ámbito intelectual vedadas para las personas que no sufren del alma de esa forma tan dolorosa. Por ello, el paso esencial para atravesar la negación inicial y alcanzar la conciencia de enfermedad es el trabajo de averiguación entre el profesional, la familia y la persona que consulta respecto al sentido de sus síntomas, a la lógica que los gobierna y al uso que se puede hacer de ellos.

Los síntomas, como todo lo que nos pasa en la vida, abren varios caminos. Puede ser el camino del sufrimiento, de la incapacitación, de la asunción de ser un enfermo en el sentido más negativo de la expresión. Pero también abren el camino a la creación. Si los síntomas tienen una lógica, si su aparición en la vida de la persona tiene un sentido y un lugar, entonces al tomar conciencia de ellos, quien los padece puede hacer algo. Esa es la definición de arte: del sufrimiento crear belleza o abrir nuevos horizontes. Los síntomas pueden ser el inicio de la poesía, de la profundización científica, del acercamiento y ayuda a quienes también los padecen, de una nueva concepción del mundo y de la propia vida.

Evidentemente, no todos somos genios ni tenemos estudios suficientes que nos permitan alcanzar metas tan elevadas como las que lograron John Nash o Vincent van Gogh. Sin embargo, aceptar los síntomas y aceptar su tratamiento, es decir, alcanzar la conciencia de enfermedad, se hace con ese objetivo en la cabeza, el de tratar que la persona logre algo útil o creativo con eso que le hace sufrir. De esa forma el malestar personal y familiar se reduce y el tratamiento psiquiátrico o psicológico logra que la persona saque lo mejor de sí, pues los síntomas son sufrimiento pero también son una llave a la creación.

Aquí quiero aclarar algo para evitar malentendidos. Leyendo esto se puede tener la idea de que por padecer un trastorno mental o sufrir síntomas psíquicos, la persona se convierte inmediatamente en artista o en benefactor para los demás. Nada más lejos de la realidad. Sufrir el malestar psíquico, especialmente si este es grave, no garantiza esta superación. Al contrario, es el trabajo tremendamente arduo y doloroso que realiza la persona sobre su sufrimiento, acompañado de su familia y de los profesionales, el que le puede permitir la posibilidad de crear un universo de belleza de lo que hasta entonces había sido una debacle subjetiva.

No es el diagnóstico de un trastorno mental, no son los síntomas lo que abre la puerta a la creación, es lo que la persona hace con eso. Y para poder hacer algo útil, algo bello, algo único y valioso, la persona primero ha de tomar lo que se llama “conciencia de enfermedad” y que nosotros preferimos llamar punto de responsabilidad subjetiva e inicio de creación.

gota universo

En relación a todo esto querría acabar con una reflexión personal.

Siempre me ha gustado la palabra “loco”.

Etimológicamente “loco” parece provenir del verbo latino loquor que significa “hablar”. Por tanto, etimológicamente “loco” significa “aquel que habla”. Y el loco no dice tonterías.

Desde la antigüedad clásica hasta la Edad Media incluida, es decir, durante más de mil años, se consideraba que la palabra del loco portaba una verdad reveladora, que la palabra del loco anunciaba una verdad universal, trascendente, para la humanidad. La palabra del loco se respetaba, pues se consideraba sagrada, tocada por el Creador. Dios, la Naturaleza, la Verdad pura, hablaban por su boca.

Esto testimonia que algo de la creación se atisbaba en la locura desde casi el inicio de la civilización. Conforme fueron pasando los siglos, antes de llegar al siglo XX –  especialmente desde el Renacimiento (siglo XVI) hasta el Romanticismo (siglo XIX) –, el respeto por lo que el loco decía y hacía seguía guardándose. En esa época vivieron Isaac Newton, cuyas contribuciones a la física no hace falta ni mencionar y que actualmente podría haber sido diagnosticado de esquizofrenia; Jean Jaques Rousseau, cuya paranoia no le impidió fundar las bases de la democracia moderna o Vincent van Gogh. Ellos pasaron su vida en una época en la que la locura era, si no reverenciada, sí al menos respetada, porque la sociedad y la cultura de antaño percibían el insondable saber que la locura puede dar a un ser humano y lo que un hombre puede crear guiado por ese saber.

Mi compañera y yo en nuestra consulta tratamos de seguir esa tradición. No en el sentido de la Antigüedad o de la Edad Media, pues puede que la palabra del loco no alcance una verdad universal para la humanidad. Sin embargo, sí en el sentido que desde el Renacimiento hasta el siglo XIX tenía en la cultura, pues creemos que la palabra del loco alcanza algo todavía más importante y fundamental que una verdad universal.

La palabra del loco abre las puertas al saber sobre el sufrimiento humano más íntimo, y una persona aquejada de ese sufrimiento que además es capaz de trabajarlo hasta conseguir algo trascendental para sí misma, es digna de todo nuestro respeto y admiración. Por eso, para nosotros, la palabra “loco” no significa enfermo o incontrolable, sino que significa persona con un elevadísimo potencial creador.

La palabra del loco alcanza la verdad particular del sufrimiento subjetivo más interno y, además de poder llevarle a una cima creadora, a nosotros (los profesionales) nos enseña cómo sangra el alma, cómo se deshace el lenguaje, el cual nos vuelve humanos. Y nos enseña cómo una persona es capaz de reconstruir su mundo cuando este se ha venido abajo.

Al escuchar la palabra del loco, no sólo atisbamos el vacío que realmente nos habita, sino que observamos el dolor de toda la especie humana en su conjunto y cómo, a pesar de todo eso, la esperanza pervive; cómo, a pesar de todo eso, algo de nuestra especie encarnado en una persona llamada “loca”, es capaz no sólo de sobrevivir, sino de crear belleza en el paraje más desolado.

Por todo ello pensamos que si hay una conciencia de enfermedad adecuada, si hay una conciencia de enfermedad realmente útil y bella, es justo esta: el loco que es consciente de su enfermedad y que no cesa de trabajar, de crear, con su sufrimiento, el loco que se sabe loco, se convierte en genio.

 

Escrito por Jesús Rodríguez de Tembleque Olalla

Psicólogo clínico del equipo Ágalma


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